En una visita al Departamento de Estado en Washington, en septiembre de 1986, me sorprendió un diplomático norteamericano, excelente conocedor de la situación alemana, con la afirmación de que, a medio plazo, la República Democrática Alemana (RDA) iba a ser el factor más probable de crisis en el Pacto de Varsovia. Añadió que incluso se podría llegar a una repetición del 17 de junio de 1953. Los protagonistas de esta rebelión serían los jóvenes trabajadores, es decir, la tercera generación de alemanes orientales que supuestamente ha perdido la fe en los frutos del marxismo-leninismo.
De vuelta en Bonn, mi informe sobre el discurso de Washington provocó sonrisas irónicas entre los expertos. Se llegó a la conclusión de que el análisis era típicamente americano e incluso algo ingenuo. Y este fenómeno es sintomático de la situación actual, tanto en la República Federal de Alemania (RFA) como en la RDA, en la que es patente cierto alejamiento de la realidad. Se habla del éxito de la revolución en la RDA, de los avances logrados, supuestamente definitivos, del triunfo del amor a la paz sobre un régimen totalitario que ya no está en situación de recurrir a sus instrumentos de poder –unas Fuerzas Armadas comunistas-prusianas imponentes de aproximadamente un millón de hombres si se suma el Ejército, las tropas fronterizas, las milicias populares, los grupos de combate de las empresas, la reserva y la Policía política, en un país como la RDA, que cuenta con 16 millones de habitantes.
La apertura de las fronteras de la RDA y del muro de Berlín, y el encuentro, un millón de veces repetido, de hombres y mujeres de los dos Estados alemanes después de veintiocho años de separación han desencadenado un movimiento emocional de fondo cuyo alcance no se puede todavía aquilatar. Está por ver si…