El dilema de una Europa más alemana o una Alemania más europea es falso. Hacen falta las dos cosas. Berlín, junto con París, debe liderar el proceso hacia la unión política, objetivo que ayudaría a devolver la ilusión en Europa a sus ciudadanos.
Es natural que Alemania tenga un papel decisivo en la crisis del euro. Es una crisis económica, y Alemania es la primera potencia económica de la zona euro. En 2008, tras casi 20 años de austeridad para conseguir integrar económicamente a la República Democrática, Alemania empezaba a respirar y veía cómo esos sacrificios comenzaban a dar fruto. Poco después, el gobierno griego reveló que sus estadísticas estaban falseadas, y que su economía sufría graves desequilibrios. Pronto se supo que otros Estados de la Unión Europea también tenían problemas muy serios.
Alemania temió en aquel momento que sus socios esperaran de ella que pagase la factura de los errores ajenos. Unos errores –como el exceso de deuda y de gasto y, más aún, la falsificación de estadísticas– particularmente ofensivos para la ética luterana que permea en amplios sectores de la sociedad alemana, en especial en el mundo económico. Ello parecía inaceptable, después de dos décadas de apretarse el cinturón. Además, los alemanes temían que, si ellos les sacaban las castañas del fuego, los países con dificultades tendrían pocos estímulos para abordar el fondo de sus problemas.
El diagnóstico inicial de Alemania sobre la crisis fue claro: era un problema de exceso de endeudamiento y falta de competitividad de algunos Estados. Y la terapia también: austeridad, reducción del déficit y reformas estructurales. El esfuerzo debía recaer esencialmente en los países directamente afectados, y su repercusión sobre el contribuyente alemán tenía que ser mínima. En la primavera de 2010 hubo varias elecciones regionales, y algunos políticos trataron de ganar votos…