POLÍTICA EXTERIOR  >   NÚMERO 224

Alemania: el final del milagro

Frente a las recomendaciones de profundos cambios para no perder el tren de la modernidad, Alemania insiste en hacer lo contrario.
Aurora Mínguez
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Alemania ha perdido el tren de la modernidad, y lo está pagando muy caro. De una manera muy amena y pedagógica, el economista Wolfgang Münchau explica cómo las malas decisiones estratégicas de los últimos gobiernos alemanes han llevado a la República Federal a una recesión estructural profunda de la que parece difícil salir.



KAPUT:
El fin del milagro alemán 

Wolfgang Münchau
Plataforma editorial, 2025
296 págs.


Münchau lo repite varias veces a lo largo de 290 páginas. El modelo económico que funcionó antes y, sobre todo después, de la reunificación y la introducción de la moneda única, se ha quedado obsoleto. Alemania se ha hecho demasiado dependiente de Rusia (gas barato) y de China (exportaciones). Fue campeona mundial en la era analógica pero se ha quedado atrás en la digital. Se ha concentrado demasiado en la industria y se ha ocupado muy poco del sector terciario y los servicios. El mundo ha cambiado, pero Alemania no, porque es un país que huye de los cambios, sobre todo si son precipitados y radicales.

Su larga experiencia como analista del Financial Times en Alemania y ahora, como director de EuroIntelligence, permite a Wolfgang Münchau realizar estudios comparados y precisos entre el comportamiento de Berlín y sus principales socios europeos. No condena a nadie en concreto, porque todos los líderes germanos parecen haber compartido la misma miopía geopolítica. Añade además datos interesantes. Ejemplo: fueron los socialdemócratas quienes más presionaron para estrechar vínculos con Rusia y con sus hidrocarburos, pero fue Olaf Scholz quien rompió la tendencia al apostar fuertemente por el vínculo chino, primero como alcalde de Hamburgo y luego como canciller.

Angela Merkel es presentada, entre otras cosas, como la última responsable del auge de Alternativa para Alemania (AfD), por su decisión de abrir la puerta a los refugiados sirios en 2015. Pero también como la primera ministra que, en sus 16 años en el cargo, fue incapaz de modernizar el país, llevándolo a la actual recesión, lo cual, inevitablemente, alimenta el voto de los descontentos y de los que se inclinan por el populismo. El populismo también impregna el lenguaje de Friedrich Merz, cuando promete cerrar las fronteras alemanas y hacer deportaciones masivas de todos aquellos que llegan “a explotar el sistema de bienestar social”.

 

«Münchau no condena a nadie en concreto, porque todos los líderes germanos parecen haber compartido la misma miopía geopolítica»

 

Conservadores y socialdemócratas son igualmente responsables del penoso estado actual, subraya el autor, porque ambos han prestado demasiada atención a los intereses empresariales y, muy especialmente, a la industria automovilística. Y estos últimos han definido el éxito del país en base a su nivel de exportaciones y sus cuentas de resultados. “Hubo momentos –afirma Münchau– en los que parecía que esos jefazos del automóvil tenían sus propias llaves de la Cancillería federal”.

¿Tiene esto arreglo? Todo dependerá de la voluntad de cambio del nuevo gobierno en Berlín, que se tendrá que enfrentar con la tradicional aversión de los alemanes a las transformaciones profundas. Las previsiones económicas ahondan en la depresión general: el PIB apenas crecerá este año en un 0,3%.

Se mantiene el freno legal de deuda (Schuldenbremse) que impide llevar a cabo las inversiones imprescindibles en infraestructuras. Hay que continuar con la transición verde y con la apuesta por las energías sostenibles, pero el país seguirá siendo dependiente del gas, ya no procedente de Rusia, y al precio que marquen los mercados. En definitiva, el “milagro alemán” es un concepto totalmente del pasado, y son los alemanes quienes han cavado su propia tumba.

La solución pasa, no por disminuir la carga impositiva ni por hacer más favores a las grandes empresas, sino por aceptar la realidad: hay que “desindustrializar”, llevar a cabo lo que Joseph Schumpeter definió como “la destrucción creativa” y apostar decididamente por las empresas digitales. Pero, concluye Münchau, “el sistema alemán tiende a hacer lo contrario”.