Alemania cuqui
La sociedad alemana contemporánea mantiene una paradójica relación con el crimen: el rechazo oficial de la violencia de Estado, fundamento de su identidad constitucional, convive con una inusitada curiosidad popular por los asesinatos y su resolución policial. Esa afición se hace especialmente patente con la serie televisiva Tatort, que lleva en antena desde los años setenta. Se trata de un producto impecablemente federal, en el que participan todas las cadenas regionales; los alemanes se asoman a los más oscuros rincones de su república unas 30 veces al año: unos 12 millones de televidentes se regocijan de manera ritual ante unos títulos de crédito que se han mantenido inalterables desde 1970. De manera que los ciudadanos de este poderoso país, tan marcado por su terrible pasado que no se decide a ejercer el liderazgo geopolítico que le corresponde, son a su manera partners in crime: pacifistas apasionados por la ficción policíaca.
Acaso esa peculiaridad nacional nos ayude a explicar la aparición de un libro como el que aquí nos ocupa, que ha llegado a las librerías españolas tras haber obtenido un considerable éxito en Alemania en el año que —no hay casualidad alguna— ha visto despedirse a la canciller conservadora Angela Merkel tras 16 años en el poder. Por más que España pueda competir con cualquier otro país en el terreno de las excentricidades culturales, se hace difícil imaginar que uno de nuestros escritores hubiera podido sentarse a escribir una novela criminal en la que Felipe González o José María Aznar ejerciesen como detectives en compañía de sus respectivas consortes, un guardaespaldas y un perro. Porque eso es lo que nos cuenta Miss Merkel, novela de David Safier cuyo subtítulo original (Asesinato en el Uckermark) encaja mejor con las acrisoladas tradiciones del género. A diferencia de lo que sucede con Tatort, esta entretenida novelita no es exactamente lo que los alemanes llaman un crimi, sino que se inscribe en la tradición británica del whodunit costumbrista, adoptando por momentos el tono de una comedia negra siempre amable y carente de pretensiones.
El argumento es bien sencillo. Jubilada por fin, la excanciller Merkel se retira a un pequeño pueblo de la Alemania rural (Klein-Freudenstadt: “pequeña ciudad de la alegría”) situado en el distrito del Uckermark, región histórica del noreste del país que llegó a acoger un campo de concentración nazi y no queda demasiado lejos de la frontera con Polonia. La acompañan su marido, un perro carlino llamado Putin y un fornido guardaespaldas. Dispuesta a olvidar las tensiones de la vida política y habiendo prometido a su querido esposo Joachim una mayor dedicación matrimonial, los planes de la sexagenaria Merkel se van al traste a las primeras de cambio cuando una muerte sonada tiene lugar en la localidad: el barón Philipp von Baugenwitz aparece muerto en las mazmorras de su castillo. Siguiendo su instinto, la excanciller se malicia que el aparente suicidio es realmente un asesinato y, ante la indiferencia de la policía local, se lanza a investigarlo con ayuda de su singular entourage. La novela, que se divide en breves capítulos con objeto de facilitar al máximo la lectura, se adentra entonces en las oscuras conexiones que vinculan entre sí a los habitantes de la entrañable localidad: la resolución del misterio sirve como pretexto para un ligero tratado de sociología en el que los rasgos más prominentes del país teutón son tratados con una distancia irónica no exenta de genuino afecto. Es así natural que el autor del libro se mostrase expectante, cuando visitó España el pasado año, ante la reacción del público: tratándose de su libro más alemán, no tenía claro que fuese algo que los españoles pudieran querer leer.
«La resolución del misterio sirve como pretexto para un ligero tratado de sociología en el que los rasgos más prominentes del país teutón son tratados con una distancia irónica no exenta de genuino afecto»
Sus aprensiones están justificadas. Miss Merkel no es algo que hayamos de tener especial interés en leer, salvo que dispongamos de tiempo libre y sintamos curiosidad por la sociedad alemana. En ese sentido, el interés de la novela no radica en la colección de simpáticos estereotipos que desfilan por ella, sino más bien en que nos permite observar el modo en que los alemanes se observan a sí mismos. Eso incluye el juicio casi reverencial sobre la propia Merkel, retratada como una mujer inteligente y serena que necesita del complemento de su marido —ese “bizcochito” tan metódico como despistado— para lidiar con esa extraña vida civil que abandonó hace tanto tiempo. El narrador se solaza en la rememoración de la trayectoria política de Merkel (“a Angela le habría gustado dedicarle a Pia la mirada que reservó en 2015 para el ministro de Finanzas griego Varoufakis”), como si quisiera componer unas efemérides de su mandato que dejaran asimismo espacio para conmovedores episodios de autorreconocimiento nacional (“Angela estuvo a punto de levantar los brazos llena de júbilo como aquella vez en el estadio de Río de Janeiro, cuando Alemania se alzó con la Copa del Mundo”). Safier cierra los agradecimientos con Merkel selbst y pareciera que hablase en nombre del país entero: pocos políticos europeos han suscitado semejante reconocimiento en el momento de su retirada.
Por lo demás, aparecen aquí la RDA, que convirtió en hospicio el castillo donde se produce el crimen; una mujer que vota al AfD, partido inequívocamente repudiado por el narrador; el turismo rural y la industria del vino; la declinante aristocracia, arruinada y proclive a los líos amorosos; bares de pueblo decorados como imaginarios gin-bars neoyorquinos; evocaciones de los placeres de Mallorca o de la figura del portero Oliver Kahn, así como —sutil guinda del pastel— una alusión al régimen nazi como marco en el que un barón podía disfrutar de su fortuna sin miedo a los números rojos. En suma: estamos ante una novelita intrascendente, concebida para el éxito comercial, que nos ofrece una mirada amable sobre el modo en que la Alemania de Merkel se ve a sí misma. Ahora que una inédita coalición de gobierno se propone transformar el país, habrá que esperar para ver si esta colección de graciosos clichés conserva su vigencia o se convierte en testamento de una época.