De nuevo, una gran coalición, la cuarta desde 2005, regirá los destinos de Alemania. Pero de grande tiene poco. Dispone solo de una docena de votos sobre la mayoría absoluta. Solo ha sido posible porque la populista de izquierdas Alianza Sahra Wagenknecht y los liberales (FDP) no consiguieron entrar en el Parlamento, sino, habría hecho falta un tercer socio, los Verdes, y todo sería aún más complicado.
La CDU ganó las elecciones, pero con uno de sus peores resultados. Los socialdemócratas (SPD) de Olaf Scholz, el único canciller no reelegido en medio siglo, sufrieron una debacle y les va a llevar tiempo digerir su histórica derrota. Los partidos de la coalición semáforo han pagado su fracaso. El nuevo Bundestag es más conservador y más masculino.
Si el gobierno de Merz fracasa, dentro de cuatro años, el susto puede ser de muerte, ya que la ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD) fue la gran triunfadora. Consiguió un 20,8%, el doble que en 2021. Es una seria advertencia. La población ha perdido la confianza en los tradicionales partidos del centro, que ya existían antes de la caída del Muro. Los que ahora les hacen temblar y adelgazan su representación nacieron tras la unificación. Los alemanes han votado a favor de un cambio de rumbo, de política, sobre todo en materia de migración y de economía.
Los jóvenes, entre los 18 y los 34, se decantaron por los extremos de cada lado, por la AfD y por La Izquierda, la gran sorpresa, que consiguió un 8,8%, cuando hace unos meses se pensaba que no iba a conseguir entrar en el Parlamento. Los comicios han mostrado que Alemania no solo está polarizada y dividida entre Oeste y Este, sino también entre jóvenes y mayores y entre zonas urbanas y rurales, con una diversificación de los…