De Malí a Somalia, de Uganda a Suráfrica, las instituciones regionales intentan poner en marcha mecanismos comunes contra la nueva amenaza que supone el terrorismo para su desarrollo.
El asesinato por Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI) del rehén francés Michel Germaneau a finales de julio; el atentado del grupo islamista somalí Al Shabab en Uganda el 11 del mismo mes; el ataque contra la selección de Togo en la copa África de Fútbol, el pasado 8 de enero, por el grupo rebelde independentista Frente para la Liberación del Enclave de Cabinda (FLEC); los diversos secuestros de ciudadanos occidentales por AQMI [entre ellos, dos cooperantes españoles que continúan en cautiverio desde el 29 de noviembre de 2009]; y el atentado en Mogadiscio que en diciembre del año pasado causó 19 víctimas mortales, entre ellas tres ministros, son ejemplos de la gravedad de la amenaza terrorista en África. Sus consecuencias van más allá del riesgo desestabilizador que el terrorismo tiene a nivel local y regional, al repercutir de forma directa en la seguridad internacional.
El alto grado de letalidad en alguna de las acciones, la alarma social y las consecuencias sobre el desarrollo continental y regional muestran que África hace frente a una amenaza compleja y un enorme desafío de seguridad. Es una inquietud compartida por numerosos actores regionales e internacionales. Estados Unidos, Francia o España realizan una intensa cooperación antiterrorista bilateral con países prioritarios en el continente africano, junto con los organismos multilaterales que, encabezados por las Naciones Unidas, desempeñan un papel activo en algunos ámbitos de dicha cooperación.