No había pasado una semana de su toma de posesión como presidenta de la Comisión Europea cuando, el 1 de diciembre de 2019, Ursula von der Leyen inició el que sería su primer viaje oficial fuera de la Unión Europea. Su destino: Addis Abeba, capital de Etiopía y sede de la Unión Africana (UA). De acuerdo con los usos diplomáticos, la elección del destino de la primera visita oficial al extranjero de un jefe de Estado o, como en este caso, de la jefa del órgano ejecutivo de la UE, se considera no solo un gesto de deferencia, sino un fuerte mensaje político que indica que el lugar en cuestión es prioritario para el visitante. Von der Leyen había abogado ya para entonces por una estrategia global para África y afirmado que esta promesa se haría realidad a más tardar en marzo de 2020.
En un continente que fue en el pasado feudo casi exclusivo de diferentes países europeos –fundamentalmente Francia, Reino Unido, Bélgica, Portugal y Alemania– en virtud del reparto colonial instaurado en la Conferencia de Berlín de 1884, las promesas de la presidenta de la Comisión se producían en un contexto de influencia menguante de Europa en África y cuando el pacto que regulaba las relaciones comerciales de la Unión con el continente africano, el Acuerdo de Cotonú, estaba a punto de expirar, en febrero de 2020, tras cumplirse los 20 años de su rúbrica.
El mensaje que el viaje de Von der Leyen pretendía mandar con su visita no tenía solo como destinatario a unos países africanos a los que diferentes responsables europeos habían prometido un nuevo acuerdo sobre la base de una asociación “entre iguales”, sino también a otros actores internacionales como China y Rusia, cuya influencia en la región no ha dejado de crecer. También…