Este número se cierra a las puertas de las elecciones al Parlamento Europeo, unos comicios más que trascendentes en los que se plantea el futuro de Europa, sobre todo en un contexto de auge del euroescepticismo. Sin embargo, este dilema casi existencial de la Unión no coincide con las preocupaciones expresadas por los europeos en el último Eurobarómetro de 2019.
El 68% de los encuestados de la UE-27 considera que sus países se han beneficiado de formar parte de la Unión y el futuro de la UE vuelve a quedar relegado tras los temas de mayor calado: economía y desempleo juvenil, esta vez desbancando claramente cuestiones como inmigración, seguridad, fronteras o terrorismo. De hecho, se percibe un cambio en las preocupaciones ciudadanas, y los jóvenes posicionan el medio ambiente como una de las cuestiones más apremiantes de Europa. Así, a pesar de los discursos que recalan en inmigración y seguridad para atraer votos, asuntos como cambio climático o protección de los derechos humanos entran en la agenda con un peso mayor del que solían tener pocos meses antes. Quizás estas elecciones sirvan para recordar a los ciudadanos europeos las virtudes, más allá de los defectos, y la necesidad de la integración europea ante retos globales.
En la orilla sur, en cambio, Europa sigue siendo la gran ausente. Lo fue en 2011 ante la Primavera Árabe y lo está siendo ante los movimientos de protesta para el cambio político que sacuden Argelia y Sudán. Prudencia y reservas han caracterizado las declaraciones de los gobiernos occidentales. La perspectiva de desestabilización de Argelia, de donde procede una tercera parte de las importaciones de gas natural europeas, percibida durante años como garante de la seguridad en un entorno regional altamente voluble, preocupa en las cancillerías europeas que, de nuevo, parecen preferir estabilidad a cambio de libertad. La suerte de Argelia debe estar, sin duda, en manos de los argelinos que, a diferencia de los manifestantes de 2011, no ven en Europa un garante de protección. Esta es una de las lecciones aprendidas de esa primavera. Pero es evidente que los gestos de solidaridad, de ayuda a la articulación popular de alternativas posibles y cierta protección ante la represión ejercida contra la población ante la mirada europea, podría servir como acicate positivo para el proceso.
Sudán, más alejado de la órbita europea, está ofreciendo una lección de coraje y de capacidad de organización. Un movimiento de base está haciendo temblar los cimientos del sistema militar-islamista en el poder desde hace tres décadas. Las expectativas y el potencial de impacto son enormes. Sin embargo, este país sigue siendo mayoritariamente ignorado por medios y decisores europeos.
Quizás Sudán quede lejos, es cierto, pero para nada lo es la guerra siria y el conflicto israelo-palestino. Y aun así, Europa sigue siendo la gran ausente. El futuro del reducto de Idlib con el riesgo de que se produzcan nuevas masacres y desplazamientos de población, los grandes desafíos de gestionar un conflicto que no se acaba con el frente militar ni con el retorno, a día de hoy más que impensable, de los millones de refugiados y desplazados, siguen sin resupuesta. Mientras que Europa, tan necesaria, en Siria ya ni se la espera.
¿Será capaz de volver a la arena del conflicto israelo-palestino, ahora que un mediador honesto es más imperativo que nunca? Si Argelia preocupa pero la prudencia se impone, en el “conflicto de conflictos” Europa ha sido en el pasado una voz indispensable. ¡Cuán necesario es hoy un papel equilibrado, razonable, que devuelva a las partes al redil de la negociación y de la paz!
Lo vemos también con respecto al acuerdo nuclear con Irán. Las decisiones unilaterales, las bravuconadas testosterónicas y los tambores de guerra que resuenan en Oriente Medio solo pueden silenciarse con responsabilidad y el buen hacer de actores globales relevantes. Si la UE fue artífice del acuerdo, puede que ahora sea el único con capacidad no ya de salvarlo, sino de evitar un mal mayor.
Por todo ello, estas elecciones importan, porque de ellas podría surgir una Europa más decidida y decisiva en el plano internacional, ahora que el paraguas americano ya no cobija, y forjar una estrategia unificada y autónoma para que Europa regrese con la fuerza necesaria a la región.