El 13 de noviembre el grupo Estado Islámico (EI) atentaba de nuevo en París, para matar a 130 personas y hacer más de 350 heridos, algunos de ellos muy graves. Se esperaba un ataque desde que en enero, 10 meses antes, llegaran los atentados contra Charlie Hebdo. A pesar de la movilización expresada entonces por el pueblo francés y por las democracias del mundo, los responsables no habían cesado de recordarlo: la amenaza estaba ahí. La cuestión no era saber si habría nuevos atentados en París, sino cuándo llegarían. El objetivo estaba claro: extender el miedo en Francia, Europa y el mundo entero. Y se consiguió: el ataque dejaba a Europa en estado de shock.
Tras el atentado, el presidente de la República declaraba: “Francia está en guerra contra un nuevo terrorismo…”. Comenzaba entonces una ofensiva diplomática para formar una gran coalición internacional destinada a luchar contra el EI. Pero aunque para acabar con el EI la intervención militar pareciera ineludible, ésta no tendrá éxito si no se enmarca dentro de una estrategia más amplia. Para combatir a los terroristas y la ideología totalitaria que buscan imponer, Europa deberá utilizar todos los medios –militares, políticos y judiciales– a su alcance, siempre en el respeto de los valores sobre los que se funda precisamente la sociedad europea: firmeza, moderación y pragmatismo son indispensables.
En el terreno militar ninguna operación aérea tendrá éxito si no va acompañada de una intervención sobre el terreno que cuente con el apoyo regional, tanto de las potencias que apoyan a los rebeldes sirios –Arabia Saudí y los Estados del Golfo, agrupados en una coalición militar formada por 34 países islámicos, todos de mayoría suní– como de Irán y Rusia, principales protectores de Al Assad.
Aunque apoyen a bandos contrarios en la guerra siria, Francia deberá contar…