Como adelantado del mundo árabe y heredero de una rica historia, el pequeño Túnez mantiene sus promesas políticas, impulsado por el viento de renovación que barrió hace cuatro años el régimen de Ben Ali. Las elecciones legislativas y la primera vuelta de las presidenciales han confirmado la buena salud de la transición democrática. A pesar de los temores de desafección por parte del electorado, finalmente su movilización sin ser masiva fue satisfactoria. El activismo de una plétora de actores parece haber dado sus frutos para que el país levante de nuevo el vuelo hacia el horizonte de la estabilidad política.
Túnez se siente orgulloso de su tradición nacional diferenciada como producto de una historia que incorpora la herencia tanto de la Cartago púnica o romana como la de la monarquía háfsida medieval o la común pertenencia al mundo otomano y su contacto con Europa, a veces pacífico, a veces no. Túnez ha reflexionado ahora sobre su historia y también ha mirado al mundo buscando inspiración en otras experiencias de transición política y de modernización, pacíficas y exitosas. Pero lo ha hecho a sabiendas de que no existen fórmulas mágicas en el ámbito de la transitología; el país ha conseguido así labrarse su propio camino aprovechando sus mejores bazas. Ha profundizado con valor en los debates espinosos y ha salido airoso del lance: modelo político, lugar de la religión en la esfera pública, equilibrio entre libertad y seguridad, justicia transicional… En Túnez se van capeando cuestiones que en otros países han derivado en una extrema polarización social y política y en el colapso del proceso democrático. La parlamentarización del islam político, el debate sobre la inclusión económica y social y la implicación ciudadana, son algunos de los aspectos que demuestran que Túnez apuesta por un modelo inclusivo todavía frágil pero esperanzador….