POLÍTICA EXTERIOR  >   NÚMERO 122

Afganistán, ¿está en el Mediterráneo?

Editorial
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Los europeos –una comunidad regional– damos vueltas y vueltas mientras nuestros aliados norteamericanos actúan como potencia global. A este lado del océano imaginemos la guerra anti-talibán como un enfrentamiento bélico en la orilla del Mediterráneo: como si Kabul estuviera al norte de Beirut y al sur de Siria. Como si el presidente Hamid Karzai reflexionara paseando en una playa solitaria frente a Turquía o Chipre.

Mientras en la OTAN tratan de ponerse de acuerdo sobre su misión en Afganistán, 140 afganos, la mayoría civiles, morían en dos atentados suicidas en la provincia de Kandahar a mediados de febrero. Desde enero, se producen en el país seis atentados diarios como media. No es casualidad que el activismo de Al Qaeda coincida con la vieja discusión en la OTAN en torno a la necesidad de ampliar la Fuerza Internacional de Seguridad y Asistencia en Afganistán (ISAF). El terrorismo islamista ha recuperado sus bases en el sur y el este del país y persevera en su doble objetivo: minar el apoyo de la opinión pública afgana a la ISAF (en 2007 murieron más de 1.000 civiles) y advertir a la opinión pública mundial de los riesgos de la misión aliada y de la fortaleza de Al Qaeda.

A este desafío, la OTAN, o algunos de sus miembros europeos, no debe responder con un regateo a la baja. Cuatro países, Estados Unidos, Reino Unido, Canadá y Holanda, aportan el grueso de la ISAF. De sus 41.700 soldados, 15.038 son estadounidenses, 7.753 británicos, 1.730 canadienses y 1.512 holandeses. Sus tropas operan, además, en las regiones más peligrosas del sur y el este, limítrofes con Pakistán, bajo control talibán, donde se encuentran los grandes cultivos de amapola. El mayor número de bajas aliadas se produce en las filas de estos países.

Alemania (3.155 soldados), Italia (2.358),…

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