Intereses económicos y conflictos étnicos convierten a Afganistán en el centro de un nuevo enfrentamiento geopolítico. Los talibán, por su parte, hacen del país una reliquia de la Edad Media cuando entramos en el siglo XXI.
Hacia 1830 el capitán Arthur Connolly, del ejército británico en India, acuñó la expresión “gran juego” para referirse a la rivalidad entre los imperios ruso e inglés en Asia central y meridional. El mismo Connolly, atrapado en las garras del “gran juego”, perecería decapitado por orden del emir de Bokhara, años después. El designio ruso de expandirse hacia las estepas de Asia central y buscar una salida al océano Índico se enfrentaba al interés de Inglaterra por controlar en exclusiva el comercio en este océano y mantener su dominio sobre la India, destinada a convertirse en la “joya de la corona”. Afganistán, territorio atravesado por las caravanas de la antigua ruta de la seda, se perfilaba ya como el Estado tapón entre ambos proyectos imperiales.
Ciento cincuenta años después de aquellos acontecimientos, Afganistán sigue en el epicentro de una nueva pugna geopolítica que, en esta ocasión, involucra enormes intereses económicos que se tornarán aún más explícitos a principios del siglo XXI. Las mayores reservas de gas natural y petróleo sin explotar conocidas en este momento se encuentran en las repúblicas ex soviéticas de Asia central, y Afganistán se encuentra en el camino de salida para su comercialización y distribución. El creciente cultivo de la adormidera para la elaboración de opio y heroína, y el gran número de armas que circulan libremente, tras dieciocho años de guerra contra los soviéticos primero y, posteriormente, de conflicto interno, son elementos adicionales que complican aún más la situación afgana. El conflicto ha permanecido tras la retirada de las tropas soviéticas y se ha transformado, según el politólogo Amin…