Esa búsqueda de liderazgo no es un capricho o una ocurrencia de Recep Tayyip Erdogan en su pretensión de ser reconocido como el nuevo “padre de los turcos” (Atatürk) cuando la Turquía moderna llegue a su primer centenario, en 2024.
Desde la llegada al poder del AKP (2002) de la mano de Erdogan, ya era bien visible el intento de dejar atrás una etapa gris que llevó a Turquía a la peor crisis económica de su historia y a un ostracismo regional e internacional, derivado en buena medida de la pérdida de su valor como aliado contra la Unión Soviética en el marco de la guerra fría.
Con Ahmet Davutoglu como inspirador principal –y en paralelo a una gestión económica que propició un generalizado aumento del bienestar y consolidó a Erdogan como un gobernante con amplio apoyo popular– Turquía orientó su principal esfuerzo a lograr la adhesión a la Unión Europea y a recuperar su papel como valioso aliado en el marco de la OTAN, manteniendo buenas relaciones con Estados Unidos e Israel. Hasta 2012 esa apuesta trataba, en síntesis, de rentabilizar en términos geopolíticos y geoeconómicos la condición de Turquía como punto de confluencia de Europa, África y Asia, aprovechando…