El 11-S aceleró la necesidad de reformar los servicios de inteligencia, algo pendiente desde la caída del muro de Berlín. Diez años después, se han vulnerado derechos y libertades, pero poco se ha avanzado en coordinación, capacidad operativa o mejora de los análisis.
Hace 10 años, Política Exterior (núm. 84) me solicitó un análisis de urgencia sobre el impacto que los atentados en Nueva York y Washington tendrían sobre los servicios de inteligencia. Los datos entonces disponibles sobre qué había sucedido eran muy pocos, por lo que resultaba difícil analizar las potenciales implicaciones sobre el mundo de la inteligencia. Este análisis fue seguido cinco años después por otro artículo en Política Exterior (núm. 113) que hacía un recorrido más detallado sobre la evolución de las medidas implementadas a partir de 2001. Transcurrida una década desde el 11-S, disponemos ya de un plazo suficiente para ver asentadas reformas en una administración y todo su entramado material, humano y legal.
La ‘vieja’ amenaza del terrorismo
Tras la caída del muro de Berlín, los Estados observaron cómo una miríada de problemas reclamaban su atención y la de sus servicios de inteligencia, si bien aquellos nunca llegaron a tener claro si se trataba de una tarea específica de los espías o de otra organización. En 2001 se puso fin a la ilusión de un planeta sin grandes amenazas extendida tras el final de la guerra fría, y despertamos a un mundo que había perdido una década para transformar sus sistemas de inteligencia en la línea que marcaban diversos grupos de trabajo, especialmente estadounidenses. En los atentados del 11-S, el terrorismo internacional aparece con todo su potencial como un ente capaz de desenvolverse en el mismo terreno que las grandes potencias durante la guerra fría; esto es, un poderoso enemigo global, lo que reproduce…