Según el presidente uruguayo, Luis Lacalle Pou, el proceso estuvo viciado desde el principio: “Iban a ganar, sin perjuicio de los resultados”. Para vencer el pesimismo, muchos se convencieron de lo contrario, pero nadie podía llamarse a engaño. Desde 2014 Maduro viene repitiendo que “los apellidos” nunca volverán a gobernar en Venezuela. Y para impedirlo, el chavismo cuenta con una ingeniería electoral –sistema informático amañado, funcionarios serviles…– que viene perfeccionado desde hace 25 años.
Decenas de miles de votantes reclamaron durante horas en los centros electorales las actas de sus votos, que nunca recibieron. Quienes sí las consiguieron, las publicaron en sus redes sociales, mostrando votaciones muy parecidas a las que anticiparon los sondeos de encuestadoras de prestigio y que daban una diferencia de 20-30 puntos a favor del candidato Edmundo González Urrutia.
El conteo se detuvo durante seis horas por supuestos ataques informáticos provenientes de los Balcanes, que el organismo electoral (CNE) usó para bloquear el acceso a su sistema de datos. Con el 80%, su presidente, Elvis Amoroso, diputado del oficialista PSUV, declaró ganador a Maduro. Si cumple los seis años de su tercer mandato, en 2030 superará a los del dictador decimonónico Antonio Guzmán Blanco (1829-1899).
En vísperas de los comicios, el general Vladimir Padrino, ministro de Defensa, rodeado de sus altos mandos militares, dijo que el pueblo se iba a “pronunciar con contundencia contra las sanciones criminales”. Hoy, probablemente nunca se sepan los resultados reales de las elecciones.
Para Maduro, por cuya captura Estados Unidos ofrece una recompensa de 15 millones de dólares por cargos de narcotráfico, los riesgos de perder son prohibitivos y no lo iba a ceder a cambio de la incierta promesa de un pacto de no agresión ni persecución con sus enemigos políticos. Según Foro Penal, el régimen…