Tras haber desatendido otras señales de alarma desde la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (Cumbre de la Tierra, Río de Janeiro, 1992), parecía que la comunidad internacional había finalmente tomado conciencia de la amenaza que representa el cambio climático al adoptar, en 2015, el Acuerdo de París (COP21).

Desde entonces, las sucesivas Conferencias de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP) no han mejorado sustancialmente un sistema de gobernanza global climática imperfecto y han servido para constatar el continuo agravamiento del problema. Otra de las lecturas más frecuentes de estas reuniones es la falta de voluntad de actores públicos y privados para modificar el vigente modelo energético basado en combustibles fósiles (responsables del 80% de los gases de efecto invernadero).

El punto de partida de la cumbre no resulta muy esperanzador. Por un lado, se celebra en Azerbaiyán, un importante productor de hidrocarburos, tan escasamente interesado como su predecesor (EAU) en impulsar una verdadera transición energética. Los ingresos por hidrocarburos suponen el 60% de su presupuesto estatal y el 90% de sus ingresos por exportaciones. Aunque muchos países de la OPEP+ buscan diversificar su economía para mitigar riesgos, la reunión también se presenta como una oportunidad para atraer inversores. En los días previos a la cumbre, la BBC filtraba al jefe ejecutivo de la COP en Bakú y viceministro azerí de energía, Elnur Soltanov, ofreciendo oportunidades de negocio a extranjeros en empresas de gas y petróleo nacionales.

Por otro, 2024 va a ser, según la agencia europea de vigilancia climática Copernicus, el año más caluroso a escala planetaria. Por primera vez en la historia, la temperatura media del planeta habrá subido por encima de los 1,5ºC respecto a la registrada en el periodo preindustrial (1850-1900). En otras palabras, resulta evidente que los 197…