Desde su creación en 1949 la Agencia de las Naciones Unidas para el Socorro y las Obras Públicas (UNRWA) viene encargándose, en clave estrictamente humanitaria, de asistir a la población palestina refugiada tanto en el Territorio Ocupado Palestino (TOP, que comprende Gaza y Cisjordania), como en Jordania, Líbano y Siria. Una población que hoy ya supone un total de casi 6 millones de personas.

A los ojos de los gobernantes israelíes la UNRWA es una entidad funcional, aunque molesta. Funcional porque con los bienes y servicios ofrecidos a través de la cooperación internacional, le permite “olvidarse” de algunas responsabilidades básicas como potencia ocupante, como si no estuviese obligada a atender al bienestar y a la seguridad de la población palestina en los territorios controlados (2,3 millones en Gaza y 3,2 millones en Cisjordania). De ahí se deduce la inconsistencia de la conducta expansionista de Tel Aviv, dado que la desaparición de la Agencia haría aún más visible el incumplimiento israelí de sus deberes y supondría una mayor presión internacional para que cumpla con ellos.

Molesta porque, desde la posición conservadora y nacionalista que define al actual gobierno israelí, su mera existencia es un recordatorio permanente de la limpieza étnica que Israel llevó a cabo en 1949 (la Nakba) y permite a los palestinos seguir manteniendo su sueño político de conformar algún día un Estado propio. En la medida en que la UNRWA sigue prestando servicios básicos a la población refugiada palestina –tanto en el ámbito sanitario y educativo como en ayuda de emergencia–, eso les permite mantenerse vivos y organizarse social y políticamente. Desde esa perspectiva se entiende que para Netanyahu y los suyos la desaparición de la Agencia es un objetivo central, ya que permite mantener alguna infraestructura básica para la construcción de un Estado palestino.

Con ese…