La administración de Joe Biden apura sus últimos esfuerzos diplomáticos en Oriente Próximo y Ucrania, con la aprobación del uso por parte del ejército ucraniano de misiles de largo alcance contra objetivos rusos y el plan de alto el fuego para Líbano. Washington espera que este acuerdo sea un catalizador para otro alto al fuego en la Franja de Gaza y sirva en la región como su legado en política exterior ante el regreso de Donald Trump en enero.
El pacto establecía un plazo de 60 días para que el ejército israelí se retirase de la zona sur del país, mientras que la milicia chií de Hezbolá debía trasladar su artillería pesada al norte del río Litani. La tregua, en principio, supone un respiro para ambas partes, aunque mayormente lo es para las poblaciones de las amplias franjas del sur y el este de Líbano. Los bombardeos israelíes dejaron más de 3.700 víctimas, una cifra desconocida de combatientes y más de un millón de desplazados, la mayoría desde que Israel lanzó la ofensiva terrestre en septiembre.
Una vez abandonen ambas partes el sur del país, una fuerza de paz de la ONU y el ejército libanés se desplegará en la zona desocupada. También se garantizaba a Israel la libertad para actuar en Líbano, permitiéndole responder militarmente a un posible rearme de Hezbolá en la frontera. Además, se espera un mecanismo de vigilancia internacional reforzado, con Estados Unidos como encargado de supervisar el comité de seguimiento.
En un contexto más amplio, ante la orden de arresto de la Corte Penal Internacional (CPI) en su contra, Netanyahu continúa con la retórica de que la sentencia es contra Israel en su conjunto, y no solo contra él. Aunque la presión de la CPI se ha hecho más evidente, el primer ministro israelí sigue…