La victoria de Donald Trump sitúa a la Unión Europea ante un nuevo, aunque familiar, escenario. Por un lado, Trump estuvo al frente de la presidencia norteamericana durante cuatro años. Los líderes europeos ya conocen perfectamente su personalidad, sus instintos aislacionistas, su mentalidad transaccional y su carencia de interés por la histórica relación transatlántica. Por otro, su agenda para su segundo mandato, que se espera sea más dura, ha desatado justificadamente todo tipo de alarmas.
El aspecto que más preocupa a este lado del Atlántico tiene que ver con la seguridad y la defensa. En el escenario de mayor peligro y tensión geopolítica en el continente europeo desde la II Guerra Mundial, el nuevo presidente americano, declarado admirador de Vladimir Putin y crítico hacia la OTAN, ha levantado toda clase de alarmas.
Su promesa de terminar la guerra de Ucrania en cuestión de días sugiere que será una paz impuesta al país invadido en los términos que desee el invasor, sin garantías de seguridad claras para el gobierno de Kiev. Más allá de Ucrania, la desaparición de la disuasión americana –una suerte de “que los europeos se las arreglen para proteger sus fronteras”– siembra de peligros inminentes la seguridad del Viejo Continente, en especial de los países bálticos.
En el plano comercial, Trump ha prometido aranceles generalizados del 10 o el 20% y hasta un 60% para productos procedentes de China. La obsesión del magnate es reducir el déficit comercial de Estados Unidos y fortalecer los elementos que tienen que ver con la seguridad nacional. Colean disputas comerciales entre Bruselas y Washington sobre los aranceles al acero y el aluminio, los subsidios a los coches eléctricos y la reactivación del máximo tribunal de la Organización Mundial del Comercio. Todo ello será ahora más complicado.
La agenda verde será otra de…