Turquía se consolidó como un país atractivo para la inversión extranjera en los años posteriores (2009-11) a la crisis financiera internacional. Los avances económicos, animados con una democracia más fortalecida y libre, fomentaban el crecimiento del país, impulsados por la inversión extranjera. Además, la eterna promesa de su entrada en la Unión Europea parecía bien encaminada, si no para una pertenencia plena, al menos para conseguir un estatus especial con el mercado único.
Sin embargo, todo se torció con el comienzo de la primavera árabe en 2011 y la posterior radicalización del presidente Recep Tayyip Erdogan. En los últimos meses, el país ha asistido a la última deriva: la divisa. En 2021 perdió más del 55% de su precio respecto al dólar y, aunque la promesa de proteger los ahorros del presidente permitió una subida importante de la lira, al final la caída estará próxima al 40%.
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