La negativa evolución del clima de inseguridad e inestabilidad regional en estos últimos años ya provocó en tiempos del primer ministro, Shinzo Abe (2006-2007 y 2012-2020), un considerable cambio en la manera en la que la sociedad y el gobierno nipón determinan su visión del mundo y su política exterior. Elementos aparentemente inamovibles de la postura pacifista japonesa –recogida en el artículo 9 de su Constitución, por el que renuncia a la guerra como derecho soberano de la nación y a la amenaza o al uso de la fuerza como medio de solución en disputas internacionales– comenzaron ya entonces a reformularse, en un proceso alimentado fundamentalmente por la creciente percepción de amenaza procedente de Corea del Norte, China y Rusia.

Así, tras el paso de Kishida de crear un ministerio de defensa como tal (hasta 2007 solo había una Agencia de Defensa) y dejado atrás la autolimitación del 1% del PIB dedicado a ese capítulo, las todavía denominadas Fuerzas de Autodefensa (concepto imperante desde 1954) se han convertido ya en el octavo ejército del planeta (según el Global Firepower Index 2023) y hasta han iniciado el debate sobre la posible nuclearización militar de Japón. Kishida parece decidido a cubrir las etapas pendientes de inmediato, y en línea con la nueva Estrategia Nacional de Seguridad, la Estrategia Nacional de Defensa y el Programa de Adquisiciones de Defensa, presentados conjuntamente en diciembre de 2022, Tokio ha decidido actualizar sus esquemas de defensa, asumiendo que sus capacidades propias no son suficientes para disuadir a sus potenciales enemigos.

En esencia, ese juicio explica su renovado esfuerzo armamentístico, apostando tanto por invertir en su propia industria de defensa como por adquirir en el mercado (principalmente en el estadounidense) los sistemas de armas que le permitan no solo defenderse de posibles ataques, sino incluso proyectar su…