El encarcelamiento de Alexei Navalny y la llegada a la Casa Blanca de Joe Biden deberían impulsar una reflexión sobre los escasos resultados de la política europea. La determinación y valentía del líder opositor ruso está fuera de toda duda. Navalny, presidente de la Coalición Democrática, regresó hace pocos días a Moscú, tras cinco meses de recuperación por el envenenamiento con un agente nervioso de uso militar y que estuvo a punto de matarlo. Fue detenido nada más aterrizar y una jueza rusa le ha dictado prisión provisional de 30 días. El 2 de febrero se enfrentará a otro juicio.

El suceso ha producido una cascada de condenas internacionales, en especial desde la UE, con quien Rusia comparte fronteras (Finlandia, Estonia, Letonia, Lituania, Polonia). La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, ha condenado la detención y pedido su liberación, además de recordar que la UE espera todavía una investigación independiente sobre el envenenamiento de Navalny. El alto representante para la acción exterior, Josep Borrell, se ha expresado de forma parecida.

Algunas voces en el Parlamento Europeo, la institución que tradicionalmente mantiene posiciones más duras frente a Rusia, piden nuevas sanciones. Tras el envenenamiento, Bruselas puso en marcha…