La humillación rusa al alto representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, y por extensión al conjunto de la UE, tuvo una escenificación en forma de rueda de prensa con el ministro de Exteriores ruso, Serguéi Lavrov. La prensa rusa formuló unas pocas preguntas pactadas sobre variopintos asuntos, desde Cuba a Cataluña. Borrell no parecía preparado para afrontar la encerrona. No alzó la voz para defender la UE ante las embestidas de su anfitrión. Para colmo, Rusia expulsó a tres diplomáticos europeos al mismo tiempo que el alto representante estaba en Moscú.
El viaje ha situado en el punto de mira a Borrell. Más de 70 eurodiputados, sobre todo del ala más a la derecha y en su mayoría provenientes de países del flanco Este, han pedido su dimisión. Aunque su puesto no parece correr peligro, su autoridad ha quedado dañada. Más allá de la errática decisión de viajar a Moscú sin una estrategia europea, es decir, sin un músculo que mostrar ante un régimen autoritario que como un reloj entona el todos a una, aplastando a disidentes si es necesario, el problema de fondo trasciende la personalidad y las habilidades del actual jefe de la…