Cuando el 5 de abril de 1992, el entonces presidente, Alberto Fujimori, cerró el Congreso e intervino el poder judicial y otros poderes del Estado, tuvo el cuidado de seguir fielmente los pasos que describió Curzio Malaparte en su clásico Técnica del golpe de Estado (1931), desplegando la fuerza militar necesaria para lograr sus objetivos, consciente de que no hay golpe sin violencia y poder de fuego. Pero lo más importante fue que, en medio de una guerra antisubversiva, tenía un 80% de popularidad, un factor que inclinó la decisión de los militares de apoyar el autogolpe.
El 7 de diciembre, para confirmar la famosa aseveración de Karl Marx de que la historia se repite primero como tragedia y luego como farsa, Castillo intentó emular a Fujimori, pero de un modo grotesco, sin aliados ni respaldo militar o popular. El pulso al orden constitucional duró lo que tardaron los…