Japón es un caso paradigmático. Hasta hace poco, la fortaleza del yen lo hacía casi prohibitivo para muchos extranjeros. En lo que va de año, atraídos por la depreciación de la moneda, el país ha recibido ya unos 11,6 millones de visitantes, más que todo 2019. Pero, como en otros destinos, desde Bali a Venecia y Ámsterdam, no todos son bienvenidos.
Ichiro Takahashi, director de la Agencia Japonesa de Turismo, advierte que se debe alcanzar un “justo equilibrio” entre el turismo y el respeto a la calidad de vida de las poblaciones locales. La de Kawaguchiko se queja de las mismas cosas que las de Barcelona, Santorini, Roma o Dubrovnik: mayor inseguridad, exceso de ruido y basura, congestiones de tráfico, colas y encarecimiento de la vivienda, la hostelería, el transporte y otros servicios públicos.
Según la Organización Mundial de Turismo (OMT), el fin de la pandemia recuperó los flujos turísticos. En 2023, unos 1.400 millones viajaron a otros países, frente a los 1.500 de 2019. En 2020, las llegadas cayeron un 72% pero en 2030 podrían ser 2.000 millones. A escala global, el sector movió 9,5 billones de dólares. El mayor problema es que el 80% de los turistas se dirigen a solo un 10% de los principales destinos mundiales.
En Japón, por ejemplo, el 72% se queda en las regiones metropolitanas de Tokio, Osaka y Nagoya. Filipinas ha tenido que cerrar la isla de Boracay para que se recuperen sus ecosistemas, dañadas por años de turismo descontrolado. En 2023 la tailandesa Phuket fue el destino más saturado: recibió 118 turistas por cada residente. Las también tailandesas Pattaya y Krabi fueron los dos siguientes, con 98,7 y 72,2, respectivamente.
En 2023, España –el destino mundial preferido entre junio y noviembre, seguida de Francia, Italia y Grecia– recibió 85 millones…