Sin rodeos diplomáticos, la presidenta de Moldavia, Maia Sandu, ha acusado a Rusia de promover un golpe de Estado en este pequeño país de apenas 33.600 kilómetros cuadrados, habitado por 2,7 millones de personas y un PIB que no supera los 12.000 millones de euros. Aunque en otros casos se podría pensar en la típica utilización del mito de la amenaza rusa para desviar la atención de los problemas internos, hay indicios sobrados del interés de Vladímir Putin por situar Moldavia en la diana, movido por su ensoñación imperialista y como forma de contrarrestar una ampliación de la OTAN hasta sus fronteras.
Tras una pauta que acumula hitos tan significativos como Georgia (2008, con Osetia del Sur y Abjasia como botines de guerra) y Ucrania (2014, con Crimea), la región moldava de Transnistria es, desde 1991, una pieza más del plan ruso por intentar consolidar una zona de influencia…