Una ajustada mayoría del 50,46% respaldó la adhesión a la UE en un referéndum marcado por sospechas de injerencia rusa. El resultado supone un golpe para la presidenta Maia Sandu, quien había propuesto a sus ciudadanos un ambicioso plan de integración europea en 2030.
La consulta se celebró en paralelo a las elecciones presidenciales. Sandu ganó con un respaldo del 42,5%, pero no tuvo la mayoría suficiente para evitar una segunda vuelta. En noviembre se enfrentará de nuevo en las urnas con el candidato Alexandr Stoianoglo, apoyado por el Partido de los Socialistas, de influencia pro-rusa, y partidario de una política exterior “equilibrada” que incluya relaciones con la UE, Estados Unidos, Rusia y China.
Bruselas defendió a Sandu y afirmó que Chisináu había enfrentado “una intimidación sin precedentes e injerencia extranjera por parte de Moscú y sus aliados antes de esta votación”. Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, no tuvo más remedio que celebrar el resultado del referéndum: “Frente a las tácticas híbridas de Rusia, Moldavia demuestra que es independiente, fuerte y que quiere un futuro europeo”.
El resultado favorable a la UE por la mínima, sin embargo, ha hecho sonar las alarmas. Moldavia es un país de más de 2,5 millones de habitantes limítrofe con la UE, entre Ucrania y Rumanía. En una región con altísima volatilidad geoestratégica desde el inicio de la invasión rusa y cualquier señal de aumento de la influencia del Kremlin es especialmente preocupante.
Desde el final de la Guerra Fría, el sistema político, económico y social moldavo ha oscilado entre dinámicas preeuropeas y prorrusas. Desde 2020, sin embargo, con la llegada al poder de Sandu, educada en Harvard y curtida después en el Banco Mundial, la inclinación prooccidental ha sido dominante.
Desde el inicio de la invasión en…