Cuando apareció internet muchos creyeron, con excesivo optimismo o ingenuidad, que un acceso ilimitado a la información aseguraría la libertad de expresión en el ciberespacio. Gobiernos de todo tipo, sin embargo, utilizan las tecnologías digitales –cámaras, programas espía y de reconocimiento facial– para vigilar, censurar y cancelar ideas y personas.
Desde 2022, una la ley rusa exige que todos los libros, artículos y publicaciones financiados con fondos extranjeros lleven una advertencia con la especificación de que son obras de “agentes extranjeros”. Obras de famosos autores de ficción y ensayo como Boris Akunin, Lyudmila Ultiskaya, Dmitry Glukhovsky o Dmitry Bykov, llevan hoy esa oprobiosa etiqueta en la cubierta. Como en la guerra fría, según escribe Andrei Kolesnikov, han vuelto a circular ediciones clandestinas de 1984 de George Orwell y de las memorias de Sebastian Haffner sobre la Alemania de los años veinte y treinta del siglo XX. El diario hongkonés…