«La naturaleza nos ha dado un aviso», dijo Lula da Silva en su última visita a Río Grande, reconociendo la creciente vulnerabilidad de Brasil ante el cambio climático. La reconstrucción de las infraestructuras llevará décadas. Las aseguradoras cifran en unos 30.000 millones de dólares los daños materiales.
Los medios coinciden en que para Lula se trata de una catástrofe tipo Katrina, el huracán de 2005 que devastó Nueva Orleans y se cobró 1.300 vidas en Luisiana. Tampoco parece que vaya a ser el último. Según los meteorólogos, las temperaturas cada vez más altas duplican las posibilidades de que el sur brasileño, el más lluvioso, sufran fenómenos climáticos extremos.
Cuando llegó el diluvio, Rio Grande do Sul acababa de recuperarse de los estragos de un ciclón que en diciembre se cobró 54 vidas. A principios de mayo, con las calles convertidas en ríos, cerró aeropuertos y hospitales. Según, Regina Rodrigues, oceanógrafa de la Universidad de Santa Catarina, tres de las cuatro mayores inundaciones que ha sufrido la capital, Porto Alegre, han ocurrido en los últimos nueve meses. Algunas ciudades registraron 700 mm de lluvia acumulados.
El río Guaiba superó la cota de inundación de tres metros y alcanzó, después de nueve días de lluvia, 5,33 mts. Dos millones de personas, al 80 % de los municipios y el 85% de la superficie del Estado sufrieron los embates del temporal, un área similar al de las islas británicas.
Varias ciudades, emplazadas en estrechos valles rodeados de cerros, se anegaron con las lluvias y la crecida de los ríos. En el noreste y las regiones amazónicas, en cambio, la sequía y la deforestación están “sabanizando” grandes extensiones de bosques. Según grupos ambientalistas, Entre el 1 de enero y el 1 de mayo, los focos de fuego aumentaron un 148% en la Amazonía…