Son muchas las capitales musulmanas y occidentales que han registrado multitudinarias manifestaciones ciudadanas a favor de un alto al fuego y contrarias al respaldo militar de la guerra. En ellas se ha exigido coherencia y contundencia a los respectivos gobiernos. En el caso de Estados Unidos, el descontento de algunos sectores de la población es probable que tengan un alcance limitado.
En primer lugar, basta con recordar que tanto los campamentos improvisados como las manifestaciones se reducen a los campus universitarios –aunque sea cierto que ya afectan a una veintena de ellos. La sociedad civil estadounidense no se ha movilizado mayoritariamente, en línea con la escasa importancia que la cuestión palestina recibe en las últimas encuestas sobre las principales preocupaciones de los casi 340 millones de estadounidenses. Por supuesto, eso no le quita potencialidad para convertirse en un problema serio para el candidato Joe Biden, sobre todo si sus promotores logran mantener el pulso más allá del día 15 –cuando los campus quedarán vacíos tras las ceremonias de graduación– y logran “contagiar” a otros sectores sociales. Los votantes árabes-americanos, proclives a votar demócrata, pueden inclinar la balanza con su abstención en algunos de los Estados decisivos en las elecciones presidenciales de noviembre.
La respuesta gubernamental, con una sobrerreacción policial impropia, puede acabar volviéndose en contra de quienes han tomado la decisión de abortar por la fuerza la protesta. Esta plantea dos objetivos, difíciles de lograr: eliminar la dependencia financiera de las universidades con respecto a donantes que no siempre se mueven por intereses puramente académicos y forzar un giro gubernamental en el apoyo que Biden está mostrando hacia Israel.
El reciente discurso del presidente puede entenderse como una señal de que no piensa cambiar el respaldo que está prestando a Tel Aviv. Calcula que aunque pueda perder algunos apoyos por…