En la mayoría de los países occidentales han desaparecido los Estados confesionales, sustituidos por sistemas políticos que garantizan la separación de la Iglesia y el Estado. En el mundo islámico varias monarquías (Arabia Saudí, Marruecos) y repúblicas (Irán) son confesionalmente musulmanas. En el Sureste asiático, también son confesionalmente budistas Sri Lanka, Tailandia y Bután.
El primer ministro indio, Narendra Modi, parece querer sumar a esa lista a su país, una república federal, secular y socialista según su constitución a la que por diversos medios –políticos, legales, culturales…– está sustituyendo por otra de naturaleza exclusivamente hindú, la religión que profesa el 80% de los 1.400 millones de indios.
El último ejemplo de esa gradual conversión fue la suntuosa ceremonia político-religiosa que inauguró el 22 de enero en Ayodhya (Uttar Pradesh) la primera fase de un megatemplo, Ram Mandir, dedicado a Rama. Su construcción concluirá en 2027 con una inversión –pública y privada– de 386 millones de dólares.
La mitología hindú sitúa en Ayodhya el lugar de nacimiento de Rama, un “avatar” (en sánscrito encarnación o “descenso” divino) de Visnú, miembro de la trinidad del hinduismo junto a Brahma y Shiva, lo que explica que el templo esté concebido como una especie de Vaticano hinduista.
Donde hoy se levanta Ram Madir había una histórica mezquita del siglo XVI, una de las primeras construidas por los emperadores islámicos Mughal. En 1992 turbas violentas azuzadas por integristas hindúes la derruyeron en unos disturbios que se cobraron las vidas de 2.000 musulmanes.
Modi aprovechó el acto –que protagonizó casi en solitario pero rodeado de celebridades de Bollywood y la élite india– para lanzar su campaña de reelección a un tercer mandato consecutivo en las elecciones previstas para abril o mayo. Nadie duda que Modi va a renovar su mandato con un apoyo parlamentario aun…