Los argentinos suelen decir que el fútbol es la cosa más importante de las cosas menos importantes de la vida. Pero incluso esa definición subestima la importancia cultural del único deporte realmente global, una especie de esperanto que, a diferencia del rugby o el críquet, todo el mundo entiende. La nueva religión ecuménica solo tiene creyentes, no herejes ni cismáticos: cada cuatro años coloniza durante un mes el imaginario colectivo global más que cualquier otro acontecimiento –deportivo o no– pese a que solo el 6% de la población mundial es nacional de la exclusiva élite de países –europeos y suramericanos– que alguna vez ganaron un mundial, que en 2030 cumplirán un siglo con una sola interrupción, entre 1938 y 1950.
En 2022 vieron los partidos, aunque fuese solo unos minutos, unos 5.000 millones de personas, lo que explica que para acoger el campeonato Qatar invirtiera 220.000 millones de dólares en…