En la actualidad, los grupos de ascendencia europea son minoritarios (20%-30%) en la mayoría de países, fuera de ciertas regiones del Cono Sur: Río Grande do Sul, Montevideo, Buenos Aires… Pero incluso esas zonas son cada vez menos “blancas” por las migraciones internas y de países vecinos –Paraguay, Bolivia, Perú…– con grandes poblaciones “collas”, guaraníes o afrodescendientes que se concentran en barrios periféricos de las grandes ciudades con mayores niveles delictivos, de pobreza y desigualdad
Aun así, hablar de ausencia total de racismo en América Latina es, en el mejor de los casos, una mentira piadosa. En Río de Janeiro, Caracas, Guayaquil, Lima o Santiago es fácil distinguir por el color de piel que predomina en las calles cuándo se cruza de un barrio alto a una favela.
En las protestas peruanas entre diciembre de 2022 y enero de 2023, la represión de las fuerzas de seguridad se cobró 49 vidas en Puno y Ayacucho, las regiones que concentran la población aymara y quechua del país andino. El 10 de diciembre, cuando un periodista le preguntó por esas víctimas, el ministro de Educación, Morgan Quero, replicó que los derechos humanos no eran “para las ratas”.
En Guatemala, la comisión nacional de la verdad que presidió el obispo Juan Gerardi, asesinado en 1998, atribuyó al racismo la saña de los operativos militares contra las comunidades indígenas durante la guerra civil (1960-1996) que se cobró las vidas de más de 200.000 personas, un 83% mayas-quiché.
En el Caribe y Brasil –que recibió al 45% (2,7 millones) de los esclavos que llegaron al Nuevo Mundo– predominan los prejuicios raciales. En República Dominicana, la crisis en el país vecino ha recrudecido el acoso a los haitianos y a activistas que defienden sus derechos. Aunque un 80% de los dominicanos es afrodescendiente en…