América Latina está hoy lejos de ser una región periférica, como muestran las visitas de Antony Blinken y Sergei Lavrov a Río de Janeiro y Buenos Aires, pero cuando ocupaba el Palacio de la Alvorada, Fernando Henrique Cardoso solía decir que una de las grandes ventajas de Brasil era estar “lejos de todo”.
Si el expresidente brasileño se refería a los focos de tensión geopolítica, que se han multiplicado desde 2022, no se equivocaba. La última vez que se produjo una intervención militar exterior en América Latina, una región casi sin conflictos fronterizos, fue en 1994, cuando Bill Clinton envió tropas a Haití.
En los medios latinoamericanos, algunas cuestiones internacionales no reciben tanta atención como el conflicto entre Israel y Palestina. Lula da Silva y Javier Milei acaban de confirmar ese atípico interés latinoamericano por el lugar del que provienen las religiones que profesan, sobre todo el cristianismo, en sus versiones católica y evangélica.
Varios de sus países albergan antiguas –e influyentes– comunidades judías e islámicas. Nayib Buleke, por ejemplo, es de ascendencia palestina. Carlos Slim, dueño de la mayor fortuna de México y la región es de origen maronita libanés, como los presidentes ecuatorianos Jamil Mahuad y Abdalá Bucaram y el colombiano Julio César Turbay. En Argentina, Carlos Menem, el presidente que más admira Milei, era de familia suní sirio-libanesa.
Las comunidades judías no son menos importantes. La argentina es la cuarta del mundo después de las de Israel, EEUU y Francia. Todo indica que México elegirá este año a su primera presidenta, Claudia Sheinbaum, nieta de judíos asquenazíes y sefardíes. Israel, por otra parte, ha encontrado un gran aliado en los evangélicos. Para muchos de ellos el Estado de Israel es un símbolo político-religioso que demuestra la veracidad de las profecías bíblicas. En su…