Los países europeos están destinando decenas de miles de millones de euros para cambiar su “mix” energético, sustituyendo los hidrocarburos por energías renovables. En los últimos meses varios fabricantes europeos de paneles solares han declarado atravesar dificultades económicas o, incluso, estar en quiebra. Hasta ocho empresas europeas se han declarado insolventes desde agosto, lo que contrasta con la cantidad de inversión que se está destinando a este sector.
Una de las últimas en reconocer sus problemas financieros ha sido la suiza Meyer Burger Technology, cuyas acciones se desplomaron casi un 90% en 2023. Para atajar sus problemas ha decidido cerrar una de sus plantas de producción de módulos situada en Freiberg (Alemania), una de las más grandes de Europa. En su anuncio, la empresa reconoció que “con un entorno de mercado en deterioro en Europa, continuar con la fabricación solar europea a gran escala no es sostenible por el momento”.
Una vez más, Europa vuelve a repetir sus errores del pasado y vuelve a cimentar otra transformación, en este caso la energética, sobre proveedores extranjeros. Esto significa que la ansiada autonomía energética que podía ofrecer la transición ecológica sea un espejismo: el continente no depende de la importación de energía, pero sí de la tecnología para su producción.
Estos errores del pasado se concentran en la atomización de su tejido productivo, su dependencia de materias primas extranjeras y ausencia de inversión. Las empresas europeas son pequeñas, en comparación con los gigantes de EEUU y China. Esto provoca que no sean capaces de generar economías de escala, ni control del mercado para asegurarse proveedores estables y competitivos y tampoco tienen músculo financiero para invertir en innovación. En definitiva, se sitúan a la cola del sector y, además, producen muy caro. Según los datos de la consultora Wood Mackenzie, la producción de…