Vladimir Putin y Xi Jinping han mantenido –y mejorado–las viejas tradiciones de “invención” del pasado que auspiciaron Stalin y Mao, creando ficciones históricas y realidades paralelas –en enciclopedias, textos escolares, documentales, museos…– que solo existen en la imaginación de sus propagandistas.
Desde la anexión de Crimea en 2014, para Moscú la conquista del pasado –sin reconocer la propia existencia de la nación y la lengua ucranianas– se ha hecho tan importante como la territorial. En China ocurre algo similar.
En el Libro Rojo Mao escribió que en la República Popular el pasado debía estar al servicio del presente, un principio que se tradujo en censura, distorsión y amnesia selectiva en relación a la Historia. Según Vaclav Havel, el llamado socialismo real era cautivo de sus propias mentiras, lo que lo obligaba a falsificar el pasado, el presente y hasta el futuro.
En Dancing on bones (2022), Katie Stallard recuerda que el primer acto oficial de Xi Jinping tras su designación como secretario general del PPCh en septiembre de 2012, fue acompañar a los miembros del Politburó al reconstruido Museo Nacional, que por entonces exhibía una muestra sobre el “rejuvenecimiento chino” tras el llamado “siglo de la humillación” transcurrido entre las guerras del opio y 1949.
Entre otras cosas, durante su mandato se ha duplicado, de 1937 a 1949, la duración de la llamada “guerra de resistencia contra la agresión japonesa”, que según dijo Xi en septiembre de 2015 preservó la herencia “de 5.000 años de civilización china”. En 1998, una regulación estatal prohibió menciones en los diccionarios a la constitución de mayo de 1948 que consagró amplios derechos políticos y libertades públicas, a la revolución cultural (1966-1976) y al “gran salto adelante” (1958-1962), que se cobraron millones de vidas.
En Pekín, el PCCh se presenta como único…