Hace unas décadas, la convergencia entre los nuevos Estados independientes con el Norte global se veía casi garantizada, en mayor o menos medida, como consecuencia de la competencia en costes de producción. La expectativa era que a medida que los países se desarrollaran se incorporarían a las clases medias, perdiendo competitividad por el camino y aumentando la demanda agregada, lo que generaría un desplazamiento de los focos de producción a países menos desarrollados.
Pero este flujo de actividad permanente no ha ocurrido. De hecho, algunos países han ido en la dirección contraria. Un informe reciente elaborado por McKinsey analiza la evolución del crecimiento de la producción por ocupado en los últimos 25 años y lo compara con el punto de partida de cada país del mundo. Los datos muestran que hoy existen cuatro grupos de países. En primer lugar, las economías avanzadas, cuyo crecimiento de la productividad ha sido pobre por encontrarse ya en la frontera del conocimiento y no tener margen de convergencia. En segundo se encuentran los “emergentes de la vía rápida”, que son los países que han tenido éxito en su transición hacia el desarrollo. En este grupo están los sospechosos habituales: China, India o Vietnam, pero también otros países del Este de Europa (del antiguo bloque soviético) y unos pocos africanos, como Etiopía o Ruanda.
El tercer grupo lo conforman los emergentes en vía intermedia, cuyo crecimiento de la productividad ha sido algo inferior a los de la vía rápida, pero superior al de las economías desarrolladas. Esto es, han perdido convergencia con los emergentes rápidos, pero la han logrado con los países avanzados. En este grupo se encuentran Estados muy variados, como Rusia, Tailandia, Hungría, Egipto o Túnez.
Y en el último grupo están las economías que, partiendo de niveles de producción bajos, no han…