Los aranceles a los coches son, probablemente, el cénit del plan económico de Donald Trump. El presidente de los Estados Unidos anhela volver a los años cincuenta, a los años dorados de la industria automovilística americana, con Detroit como punta de lanza. Ese es el recuerdo en el imaginario colectivo del esplendor de una industria que ya no está. Una garantía de altos estándares de vida que se reflejan en el eslogan del presidente “Make America Great Again”.

La ambición de recuperar a las automovilísticas estadounidenses es loable, pero el camino elegido provocó un fuerte desplome en bolsa de todas ellas. Paradójicamente, las empresas a las que Trump quiere ayudar fueron las que sufrieron un mayor correctivo. El motivo es que los aranceles tendrán un impacto negativo específico sobre la industria, sobre la demanda y, finalmente, sobre el conjunto de la economía estadounidense.

Estados Unidos importa automóviles por valor de 210.000 millones de dólares al año, lo que supone un 6,6% de todas las importaciones del país y 252.000 millones si se incluyen camiones ligeros. Si se aplica un arancel de 25 puntos porcentuales, el impacto de los aranceles elevaría la tasa arancelaria total del país en 1,9 puntos. Una cifra significativa para tratarse de un sólo sector.

Según la regla general del impacto arancelario que estimó la Reserva Federal en 2018, un incremento de 1,9 puntos en la tasa general arancelaria restará directamente 0,3 puntos al crecimiento del PIB y generará 0,2 décimas adicionales de inflación. El impacto indirecto puede ser aún más cuantioso.

Uno de los efectos de estos aranceles es que disminuirá drásticamente la oferta de coches a precios bajos. La mayor parte de vehículos de gama intermedia se fabrican fuera de Estados Unidos, especialmente en Asia. El precio medio de los vehículos en EEUU se…