Después de dos intercambios de prisioneros, la entrada de algunos camiones cargados de ayuda humanitaria y de que se redujera la violencia visiblemente parecía que, quizá, comenzaba una nueva etapa en Palestina. Sin embargo, desde el arranque de la primera fase de la tregua de 42 días las violaciones del alto el fuego son diarias.
Por una parte, Hamás ha llegado a este punto como resultado de su propia debilidad política y militar. Proseguir los combates en las condiciones actuales –cuando además el apoyo que puede recibir de Irán es ahora tan precario– lo puede llevar a un punto insoportable para sus intereses a largo plazo. A eso se suma, con la liberación de unos centenares de prisioneros de las cárceles israelíes, su pretensión de recuperar los favores de una población palestina crecientemente crítica con las decisiones de sus dirigentes. Aun así, nada apunta a que Hamás esté dispuesto a abandonar la resistencia armada. Así, solo queda por poner fecha al reinicio de sus acciones contra Israel.
Israel, por su parte, tampoco da muestras de que interprete el cese temporal de la violencia como un paso franco hacia la paz. En Cisjordania ha aumentado su ofensiva, así como las detenciones arbitrarias de civiles palestinos. Benjamin Netanyahu– cuya prioridad es mantener su cargo a toda costa para evitar la acción de la justicia por las tres causas abiertas contra él– no va a hacer nada que ponga en peligro la coalición gubernamental.
En consecuencia, su firma solo puede interpretarse como una manera de recuperar alguna popularidad entre su propia opinión pública, con la liberación del centenar de personas que todavía Hamás tiene en sus manos. Mientras tanto, Netanyahu mantiene el suficiente margen de maniobra para seguir adelante con la estrategia belicista de dominación total del territorio palestino. Cuenta además para…