Por un lado, el propio Benjamin Netanyahu, aprovechando su reciente visita a las tropas desplegadas cerca de la frontera con Líbano, ha asegurado que las Fuerzas de Defensa Israelíes (FDI) están listas para desencadenar “una acción muy fuerte” contra el territorio libanés donde opera la milicia. Por otro, su gobierno acaba de ampliar el número de reservistas que las FDI pueden movilizar hasta el próximo 31 de agosto, añadiendo otros 50.000 efectivos a los 300.000 que ya estaban aprobados desde el inicio de la operación de castigo que están llevando a cabo en Gaza.

Mientras tanto, sobre el terreno, los aviones de combate israelíes sobrevuelan la capital libanesa, rompiendo la barrera del sonido en una clásica acción intimidatoria, al tiempo que aumentan los bombardeos artilleros y aéreos en las zonas del sur, donde Hezbolá está tradicionalmente más presente.

Los tambores de guerra, en realidad, vienen sonando desde la finalización del último enfrentamiento entre las FDI y los combatientes de Hezbolá, en el verano de 2006. El balance de aquellos 54 días de batalla desigual dejó un poso de frustración en el bando israelí, en la medida en que las FDI no fueron capaces de eliminar la capacidad militar de su enemigo, lo que incluso permitió a la milicia libanesa cantar victoria solo por no haber sido aniquilada. Desde entonces la tensión ha sido permanente y la tentación de Tel Aviv de volver a golpear de manera más contundente ha ido creciendo al mismo ritmo que Hezbolá que, con el evidente apoyo de Irán, ha ido reforzando sus capacidades en efectivos humanos y en material militar. La constatación de esa mayor capacidad de Hezbolá es lo que hace más probable que finalmente Israel se atreva a atacar antes de que sea su líder, Hasan Nasrallah, el que tome la…