Desde la masacre de Hamás en suelo israelí de octubre, cada nueva acción violenta en la región es interpretada de inmediato como un salto susceptible de provocar una escalada no solo en Palestina, sino en todo Oriente Medio.
Aunque el foco principal de atención sigue centrado en Gaza, el conflicto ya es generalizado. Por un lado, afecta también a Cisjordania, donde los colonos y las fuerzas armadas israelíes suman fuerzas para crear una situación de violencia diaria contra los palestinos que malviven en ella. Por otro, también llega hasta la frontera israelo-libanesa, donde las Fuerzas de Defensa Israelíes (FDI) y la milicia chií libanesa de Hezbolah intercambian bombardeos prácticamente diarios, lo que ha obligado a 120.000 libaneses y a unos 80.000 israelíes a abandonar sus hogares; sin olvidar que incluso Beirut ha sido atacada por aviones y misiles israelíes.
A todo esto se suman los recurrentes bombardeos israelíes de instalaciones en territorio sirio, tratando de cortocircuitar las líneas de suministro de armas a Hezbolah procedentes de Irán. Y, asimismo, hay que contar con la implicación de la milicia huzí yemení, Ansar Allah, que ha sido capaz de golpear con un dron la capital israelí, mientras mantiene la tensión en la zona sur del mar Rojo con ataques contra los buques que se atreven a transitar por esas aguas. Por supuesto, también hay que incluir la confrontación que mantienen Israel e Irán, tanto de manera directa como a través de actores interpuestos.
En resumen, se puede hablar de un conflicto regional, con diferentes niveles de intensidad en los distintos frentes, desde la guerra asimétrica hasta la de carácter convencional. En todo caso es cierto que hasta ahora podría parecer que a la mayoría de los actores implicados no les interesa ir mucho más allá, con la excepción de lo que ocurre…