El anuncio iraní de pasar a enriquecer uranio al 60% ha sido la respuesta inmediata al sabotaje israelí contra la planta de Natanz el 11 de abril. Al parecer, sus responsables detonaron un explosivo introducido previamente en la instalación. Así, han conseguido no solo destruir la subestación generadora de energía, sino también miles de centrifugadoras. Por ello, algunas fuentes apuntan que Irán necesitará al menos nueve meses para recuperar la capacidad ahora destruida.
En una primera lectura podría considerarse una victoria táctica de Tel Aviv, tanto por lo que supone de capacidad para infiltrar explosivos en una instalación donde cabe imaginar un secretismo y una seguridad extremos, como por la destrucción física causada; pero a partir de esa constatación obvia es difícil extraer una lectura positiva de lo ocurrido.
Por una parte, a estas alturas está claro que Benjamín Netanyahu está dispuesto a hacer todo lo necesario para evitar que Irán acceda a un club del que Israel ya es miembro (al margen del Tratado de No Proliferación). También que Teherán no cejará en su empeño de proseguir con un programa que ha convertido en una cuestión de orgullo nacional y en una potente baza de negociación para salir del…