El globo espía chino que un F-22 estadounidense derribó sobre el Atlántico provocó entre influyentes políticos republicanos y medios como Fox News una “paranoia antichina” –como la llamó Max Boot en The Washington Post– que obligó a Joe Biden a suspender sine die la visita a Pekín de Antony Blinken, la primera de un secretario de Estado desde 2018. Pocos días antes, el general Michael Minihan, jefe del Comando de Movilidad Aérea del Pentágono, escribió en un memorándum que se filtró a la prensa que “intuía” que en 2025 Estados Unidos y China entrarían en guerra a causa de Taiwán.

Biden ha dicho ya en cuatro ocasiones que EEUU defenderá la isla si es atacada, aunque su entorno insiste en que la política de “ambigüedad estratégica” no ha cambiado. Según William Burns, director de la CIA, Xi Jinping ha ordenado a sus militares prepararse para invadir Taiwán en 2027, aunque ello no significa, matiza, que lo vayan hacer. Washington, en todo caso, no quiere correr riesgos y prefiere dotarse de medios disuasivos que obliguen a Pekín a inhibir sus instintos agresivos en el mar de China Meridional. El Pentágono ha optado por tender un círculo de bases aéreas y navales en torno a dicho mar –un tercio más grande que el Mediterráneo–, que los militares chinos han erizado de islas artificiales con pistas de aterrizaje y baterías de misiles.

Washington tiene una ventaja: sus aliados, Australia, Corea del Sur, Japón, Tailandia y Filipinas. El 2 de febrero en Manila, el secretario de Defensa de EEUU, Lloyd Austin, y el presidente filipino, Ferdinand Marcos, anunciaron un acuerdo que aumentará el acceso de EEUU a cuatro nuevas bases en el archipiélago, cuya isla más al norte, Itbayat, está a solo 150 kilómetros de Taiwán. Con el…