Tras el proceso electoral en el que votaron 960 millones de indios a lo largo de un mes entero, la coalición oficialista obtuvo 292 escaños en la Lok Sabha (cámara baja), más de los 272 necesarios para formar gobierno, pero 60 menos que en 2019 y lejos del 400 que se había puesto Modi como objetivo para poder reformar la constitución y avanzar en sus planes de hacer de India un Estado confesional hindú.
En solitario, el BJP logró 240, frente a los 303 de 2019. A escala nacional, su votación solo cayó del 37,2% al 36,5%, pero el complejo sistema electoral le perjudicó. En Uttar Pradesh, el Estado más poblado y de mayoría hindi que aporta 80 representantes, bajó de 80 a 33 escaños. En Tamil Nadu no obtuvo ninguno.
En cambio, I.N.D.I.A. –la coalición opositora que lidera el Partido del Congreso, que gobernó en solitario entre 1947 y 1989–, añadió 91 a los suyos, 52 de ellos del Congreso, duplicando así su grupo parlamentario (234). En 2014, cayó de 206 a 44.
Rahul Ghandi, hijo, nieto y bisnieto de primeros ministros, recuerda que su bisabuelo, Jawaharlal Nehru, nunca quiso que India fuera una versión hindú de Pakistán. En su toma de posesión, Modi, que no ha dado una sola rueda de prensa desde 2014, reconoció que para gobernar hacen falta mayorías y que para “conducir a una nación” eran necesarios los consensos.
La comunidad internacional, que sigue con creciente atención lo que sucede en la quinta economía mundial, recibió con alivio sus palabras. Desde 2014, India ha duplicado el PIB (3,7 billones de dólares en 2023). En 2030 podría ser la tercera si crece al 8% anual. En 2024 lo hará un 7,3%.
Las exportaciones de servicios – informáticos, contables, consultoría…– suman el 10% del PIB y…