Concluida la luna de miel olímpica, con la resaca de unas semanas de euforia que han unido a los casi siempre disconformes parisinos y que han enorgullecido a toda Francia, Emmanuel Macron comienza su curso político haciendo frente a una gran parálisis política de difícil resolución. No hay, todavía, solución a la vista.
La semana pasada, el presidente galo rechazó formalmente la candidata propuesta por el Nuevo Frente Popular (NFP), la plataforma que aglutina a los partidos de izquierda, para ocupar el puesto de primer ministro. Lucie Castets, promovida por los partidos del Frente Francia Insumisa, el Partido Socialista, los Verdes y el Partido Comunista, recibió el rechazo del presidente francés, a pesar de su perfil bajo alumbrado en sus años de servicio como funcionaria pública.
La razón es bastante sencilla. La alta fragmentación en la Asamblea Nacional, tras las recientes elecciones del mes de junio, han complicado la formación de una mayoría de gobierno. Es verdad que el NFP ganó más escaños que la extrema derecha abanderada por el Agrupación Nacional y los centristas de Macron, pero la izquierda está lejos de tener una mayoría.
La candidata Castets, explicó Macron, no tenía apoyo en la Asamblea, más allá del NFP. “El Partido Socialista, los Verdes y Comunistas no han propuesto formas de cooperar con otras fuerzas políticas. Ahora les toca a ellos hacerlo”, ha dicho el presidente.
En teoría, el presidente puede nombrar al primer ministro que quiera. No hay un voto formal en la asamblea para su elección y el candidato ni siquiera debe ser parlamentario. Pero en cualquier momento la asamblea puede llevar a cabo una moción de confianza, un escenario en el que sería clave que el primer ministro tenga respaldos más allá de su propio grupo.
La parálisis supone que Francia, segunda economía de…