El 26 de octubre, Sueño Georgiano, se adjudicó la victoria con un 54 % de los votos. Sin embargo, la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) denunció irregularidades, incluyendo la intimidación a votantes y la falta de secreto de voto. La atmósfera polarizada y los abusos en la campaña han contribuido a un empeoramiento de la salud democrática en el país.
Para Bruselas, el caso georgiano es particularmente delicado. Georgia fue, hasta hace poco, una de las joyas prometedoras de la integración en esta región del este de Europa. En 2023 recibió el estatus de candidato, con la condición de que se implementaran reformas en áreas como el combate a la corrupción y la defensa de los derechos humanos. Sin embargo, las acciones del partido en el poder desde entonces han desvirtuado esas promesas.
Recientemente, Sueño Georgiano, impulsó controvertidas regulaciones que marcan un retroceso en los derechos fundamentales. Entre ellas, una “Ley de Transparencia de Influencia Extranjera” que obliga a medios y organizaciones no gubernamentales a registrarse como agentes extranjeros si reciben fondos del exterior, una medida que recuerda a otras similares adoptadas por el Kremlin.
La respuesta de la ciudadanía georgiana ha sido contundente. Miles de manifestantes, apoyados por la presidenta Salome Zourabichvili, han tomado las calles en rechazo a los resultados electorales. Para muchos, la integración con la UE representa una salvaguarda de su identidad democrática.
A pesar de que más del 80 % de los georgianos expresan en encuestas su deseo de unirse a la UE, la falta de una alternativa política ha permitido a SG mantenerse en el poder. En las zonas rurales, el mensaje de apariencia pacifista del gobierno parece haber resonado entre aquellos que temen una escalada bélica con Rusia.
Mientras la UE se frota los ojos ante el…