A la vista de lo ocurrido en las elecciones presidenciales celebradas el pasado día 7 parecería que Argelia ha dado un salto atrás en el tiempo. Parece que nunca se llegó a desafiar el statu quo que durante décadas ha gestionado el Frente de Liberación Nacional (FLN): primero en 1989 con la nueva Constitución que eliminaba la existencia de un partido único, ni tampoco tras la Primavera Árabe. El movimiento Hirak (2019-2021), que convulsionó al país con una pretensión democratizadora, hoy es solo un espejismo en la historia del país norteafricano.
Tras su independencia de Francia, el FLN argelino pretendía guardar la estabilidad a toda costa con los militares como guardianes supremos. Esta estabilidad hoy se ha traducido en una parálisis política y económica generalizada. Tebboune llegó al poder en 2019 como resultado de unas elecciones que registraron la más baja participación desde el final del régimen de partido único: un 39,9%. El presidente solo logró el 58% de los votos válidos.
Desde entonces, Tebboune se ha dedicado a consolidar su poder personal, apoyado tanto por el FLN como por las fuerzas armadas, afanándose en debilitar hasta el extremo a cualquier posible alternativa. Además, ha logrado el apoyo de una decena de fuerzas políticas, como el grupo islamista El Bina al Watani, los liberales de la Agrupación Nacional para la Democracia (RND) y el Frente Moustakbal. El reelegido presidente ha vuelto a presentarse a las elecciones como un candidato independiente, aunque no haya renunciado a su militancia en el FLN.
Su nueva victoria no es en ningún caso el resultado de una brillante gestión económica. En el terreno económico, sus muy limitadas reformas –abriendo tímidamente la puerta a inversores extranjeros, que no terminan de verse atraídos por las condiciones impuestas por el régimen– no han mejorado los datos macroeconómicos. En…