En una de sus recientes “mañaneras”, AMLO recordó que el general Cárdenas (1934-1940) “profesaba un profundo amor al pueblo y a la causa de la justicia social”, lemas clásicos del nacional-populismo y que la politóloga Nadia Urbinati llama un “mayoritarismo extremo”. El populismo es popular, señala, porque los populistas son populares: reflejan con intensa convicción frustraciones reales.
Al no encontrar soluciones –contra la corrupción, el desempleo, la inseguridad…– en políticas moderadas o razonables, es lógico que los votantes se inclinen por opciones radicales, sean de izquierda o derecha, según las condiciones y circunstancias internas de cada país.
Pero la retórica y los discursos valen poco sin resultados tangibles. Bukele ha construido una narrativa exitosa sobre asuntos de seguridad, pero que no le habría servido de poco sin la eficacia de sus métodos expeditivos –y brutales– contra el crimen organizado. Sin eficacia la popularidad suele ser efímera.
Su pérdida muchas veces solo puede ser compensada con la represión o fraudes electorales. En cuanto un país se acerca a los 16.000 dólares de PIB per cápita, la posibilidad que la democracia se erosione si no pone en marcha políticas para crear una verdadera libertad de oportunidades aumenta considerablemente. En 2022, el argentino era de 13.500 dólares y el peruano de 7.000 pero el salvadoreño y nicaragüense de solo 5.000 y 2.500 dólares, respectivamente.
El problema para los aspirantes a “populistas populares” como el argentino Javier Milei o el ecuatoriano Daniel Noboa –que le dijo a Jon Lee Anderson de The New Yorker que estaba pensando construir una cárcel de alta seguridad en la Antártida– es que sus márgenes de error –y de tiempo– son mínimos.
En febrero Noboa se juega la reelección y en diciembre de 2025 Milei la mayoría parlamentaria que necesita para sacar adelante sus planes. El presidente argentino ha…