Así, por un lado, Netanyahu ha criticado abiertamente a sus propios militares, considerando que no están a la altura de las circunstancias y ha rechazado su valoración de que es imposible eliminar a Hamás. Cabe recordar que, desde el principio de la operación de castigo que las fuerzas israelíes (FDI) vienen realizando en Gaza, Netanyahu ha insistido en que el fin es desmantelar por completo la capacidad militar y política de Hamás. Si bien cada vez hay más dudas sobre la posibilidad real de alcanzar este objetivo, la estrategia de Netanyahu puede entenderse más bien como un intento de disuasión con un altísimo coste humano.
Los altos mandos militares reconocen que el Movimiento de Resistencia Islámica es mucho más que un simple grupo yihadista y que, por vía militar, solo se logrará (como ha ocurrido en tantas ocasiones en el pasado) reducir por un tiempo limitado sus capacidades, hasta que vuelva a plantear una amenaza igual o mayor a la actual. Una de las muestras más recientes de esas tensiones internas ha sido la airada reacción de Netanyahu al anuncio de que las FDI iban a realizar pausas tácticas en sus operaciones para permitir la entrada de ayuda humanitaria.
Algo similar ocurre en el plano político. La salida de Benny Gantz del gabinete de guerra –creado tras los atentados de octubre– es el reflejo de una competencia electoral en ciernes, en la que las encuestas vuelven a colocar a Netanyahu por delante de su principal rival, el líder del partido Unión Nacional. La salida de Gantz, junto a otro exjefe de Estado Mayor como Gadi Eisenkot, ha intentado ser aprovechada de inmediato por los ministros Itamar Ben Gvir y Bezalel Smotrich, para exigir su entrada en dicho gabinete.
Esto ha derivado en la decisión de Netanyahu de desmantelarlo…