A la visita de Blinken se le suma el reciente periplo de la embajadora estadounidense ante la ONU, Linda Thomas-Greenfield por Guinea Bissau, Sierra Leona y Liberia. El gobierno estadounidense trata de mostrar de este modo que su interés en el continente es genuino y que no está ligado a ningún intento por contrarrestar la creciente influencia de Rusia y China en muchos de esos países.
Igualmente, pretende dar a entender que su agenda africana está centrada en potenciar la democracia, la promoción de la paz y la seguridad, el empoderamiento de las mujeres, la salud y la seguridad alimentaria, así como la colaboración en el desarrollo inclusivo y sostenible. Pero resulta inmediato constatar, como ocurre tanto con Moscú como con Pekín, que su acercamiento está mucho más directamente conectado con sus intereses comerciales y de seguridad.
En el primer caso, para Washington, África no es tan atractivo actualmente como mercado como lo es por su condición de repositorio de materias primas, cada vez más importantes en el contexto de la competencia tecnológica en la que las grandes potencias están inmersas. En el segundo, tanto el auge de la amenaza yihadista como la creciente presencia rusa –a través fundamentalmente del ahora conocido como Africa Corps (sobre la base del antiguo Grupo Wagner), ya operativo al menos en Malí, República Centroafricana y Burkina Faso– explican por sí solo el afán estadounidense por reforzar allí su presencia. Más aún tras los últimos golpes de Estado en varios países sahelianos, que ya han provocado la salida forzada de las tropas francesas y hacen aún más probable su acercamiento a Rusia.
En este contexto, con la junta golpista instalada en Níger, cobra especial importancia el futuro de la base que Washington ha establecido en Agadez, desde la que, con unos 1.000 efectivos, opera los…